PERFIL PSICOLÓGICO DEL TERRORISTA

Definir un perfil "tipo" de los terroristas es tarea complicada, debido a que existen muchas clases y dependiendo del tipo de terrorismo al que nos enfrentemos, encontraremos características distintas. Por ejemplo, no tendrá el mismo perfil un terrorista islamista que uno de ETA, pues sus motivaciones y circunstancias culturales son bastante diferentes.

El factor de aparente irracionalidad de los terroristas es lo que más confunde a la sociedad y, sobre todo, a las víctimas, pues es difícil encontrar explicaciones lógicas cuando se trata de explicar el porqué de la comisión de estos hechos. A diferencia de lo que suele creerse, las investigaciones señalan que la gran mayoría de ellos no padece enfermedades mentales. Es decir, no se trata de psicópatas, ni sociópatas, ni sádicos, ni psicóticos, ni tienen un trastorno antisocial de la personalidad. Por el contrario, los datos relevados en numerosas entrevistas y evaluaciones sugieren que se trata de personas racionales que saben y creen en lo que hacen, que evalúan los costos y beneficios de sus actos y en un contexto particular deciden que el terrorismo es una opción.


¿Enfermedad mental?

No existe un trastorno mental propiamente dicho que se encuentre en estas personas desde el punto de vista de la Psicología clínica. Lo cierto es que no hay un patrón de personalidad tipo que pueda adecuarse a la mayoría de los terroristas. Por ello, quizá sea más aconsejable referirse a los rasgos psicológicos más frecuentes entre los terroristas en lugar de expresarnos en términos de perfiles estructurados y generales de conducta. 

Los terroristas no pueden ser considerados psicópatas, por lo que en sentido jurídico son personas imputables, perfectamente capaces de discernir y de conocer la ilegalidad de sus actos. Sin embargo, algunos psicólogos hablan de "patología social" o "política", pues suelen carecer de sentimientos de culpa debido a sus creencias. Por supuesto, habría terroristas que podrían ser perfectamente psicópatas de tipo integrado y, en tal caso, la crueldad propia de estos individuos les haría candidatos idóneos para ejecutar matanzas, torturar o provocar a terceros sin pensárselo dos veces.

Varón joven con dificultades de adaptación social

Por lo general, el terrorista es un varón joven (en la veintena) y soltero. Las dificultades de adaptación social de estas generaciones pueden favorecen estos actos desafiantes que llegan hasta el punto de dar la vida por unos valores. La clase social es variada, aunque los grupos más exitosos provienen en su mayoría de clases bajas, obreros. Así, el momento de reclutamiento se sitúa sobre individuos de clase media, debido a que la captación se produce en muchas ocasiones en centros como universidades, fraternidades, asociaciones parroquiales, etc.

Los terroristas suelen tener un pensamiento dicotómico, es decir, "o estás conmigo o estás contra mí". Además, se sienten mártires, personas incomprendidas, atacadas por un sistema social o político. Tienen condición grupal, de comunión basada en la cohesión que justifica pasar a la acción, así como vínculos morales, religiosos o nacionalistas. Sufren un paulatino proceso de desconexión de la realidad antes de cometer sus crímenes, así como pérdida de empatía con sus víctimas.


En lo que al grupo respecta, se dan una serie de presiones grupales y distorsiones perceptivas del mismo. Se produce una sobregeneralización en la cual todo gira alrededor de sus creencias y pensamientos. Su ideología puede llegar a dominar lo que piensan y, sobre todo, lo que hacen.

Su capacidad de matar o incluso perder la propia vida suele deberse a sus antecedentes históricos o ideológicos, promesas de ascensión al paraíso, etc. La intención del terrorista va mucho más allá del simple asesinato múltiple. Su meta incluye provocar el efecto psicológico del caos, producir indefensión, desesperanza, terror, miedo, inseguridad...

Son individuos que no suelen actuar de forma aislada e individual, sino que dentro del grupo satisfacen las necesidades personales que, según ellos, la sociedad no les ha proporcionado. Además, encuentran la posibilidad de desempeñar un rol en las acciones grupales, de sentir que pertenecen a algo importante, que no están solos. Todo ello puede llevar al reconocimiento y prestigio que nunca han tenido, convirtiéndose en una motivación existencial y en una búsqueda frenética de aceptación grupal. El grupo cubre sus necesidades de comunicación, de forma que se acaban creando ideas compartidas y se refuerza la cohesión de los miembros, lo que supone una mayor identificación grupal y obediencia.

Es habitual que el grupo terrorista argumente que la violencia que emplea es necesaria y se justifica en dos elementos: su eficacia y el hecho de que nadie escucharía sus demandas si obrase de otro modo. Así por tanto el terrorista a menudo manifiesta sentirse obligado a utilizar la violencia por quienes no le dejan otra salida.

El grupo terrorista enseña a sus miembros que, en última instancia, los resultados de sus actos son culpa de sus propias víctimas. Al fin al cabo, ellos son los opresores, los que no reconocen sus derechos o los que agreden a su fe. El terrorista no se siente responsable de sus crímenes, pues es su víctima quien le ha provocado.


Deberíamos distinguir, en este sentido, entre terroristas laicos, y terroristas religiosos, pues los itinerarios vitales que les llevan a ingresar en sus grupos respectivos tienden, por lo que se sabe, a ser bastante diferentes.

En el caso del terrorista religioso, hay casos en los que el terrorista procede de familias radicalmente religiosas y ocasiones en las que viene de familias de talante marcadamente laico. El primero acaba ingresando en el grupo terrorista de manera natural, como si fuera algo lógico y coherente con su experiencia personal, con su formación y con su pasado. De hecho, la historia del terrorista nacido en una familia de religiosidad fanática arranca ya en la misma cuna. Es en el entorno familiar donde se le enseña a odiar al infiel, donde se le explican quiénes son los enemigos y donde se les empieza a adoctrinar en la idea de que es legítimo responder con la violencia y el terror a las injusticias recibidas por defender determinada fe, con total independencia de que éstas sean reales o ficticias. Son por lo común niños educados en el miedo. Miedo a dioses castigadores que detestan el pecado y la infidelidad, y que por ello les harán acreedores de los más temibles suplicios si les fallan; muchachos adoctrinados en escuelas de severa disciplina en las que todo gira alrededor de la religión, y en las que se les enseñará que causar dolor a los infieles, a los apóstatas y a los enemigos de todo en cuanto ellos deben creer es algo honroso, justo y necesario.

El camino del terrorista religioso procedente de familias laicas es más tortuoso, pues muchas de las cosas precedentes no se le han enseñado desde la infancia. Sucede, no obstante, que a menudo la familia debe emigrar y trasladarse a otros países en los que él ya no es uno más. Es habitual que muchos de estos chicos desarraigados del origen, sometidos al influjo de una cultura que no es la suya, desarrollen identidades difusas y tiendan a buscar incesantemente un significado para su propia existencia. En estos casos, la falta de integración social, la discriminación, la xenofobia o el racismo de que pueden ser objeto juega un papel muy relevante en su conversión. Basta con que aparezca alguien en sus vidas que empiece a influirles con determinadas ideas de grandeza religiosa y con buscar en el abrazo de la fe la cura a las humillaciones que reciben. Se trata de un claro proceso de captación sectaria.

BIBLIOGRAFÍA Y WEBGRAFÍA

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